El mandato de Theodore Roosevelt se extendió dos períodos, de 1901 a 1909. Antes, en 1898, había sido subsecretario de Marina y dirigió los preparativos para la guerra contra España por el dominio de Cuba. En 1903, impulsó la separación de Panamá respecto de Colombia para construir un canal de navegación que comunicara los océanos Atlántico y Pacífico en beneficio de Estados Unidos. Ese año estableció la base militar de Guantánamo en territorio cubano.
Después de su reelección en 1904, Theodore reafirmó la doctrina Monroe, reservando a su país el derecho a mantener el orden en el hemisferio occidental y lanzó la definición política de “gran garrote”.
La importancia de este acontecimiento radica en la definición de la política exterior estadounidense hacia América Latina y el Caribe durante las primeras décadas del siglo XX, a partir de la intervención de la potencia del Norte en dicho conflicto. A esta política se le conoce comúnmente como la política del Gran Garrote, la cual se sustentó en la reinterpretación que el Presidente Theodore Roosevelt hizo de la Doctrina Monroe. La participación de Estados Unidos como mediador en este suceso marcó el modelo de intervención que este país desarrollaría posteriormente en la región.
En términos generales, se trató de una política exterior agresiva e intervencionista que tuvo como objetivo principal la consolidación de la hegemonía estadounidense en el continente.
Durante el gobierno de Theodore Roosevelt dicha política estuvo concentrada en la defensa de los intereses geoestratégicos de Estados Unidos en el Caribe, concretamente lo concerniente al control del proyectado canal interoceánico en el istmo centroamericano.
El bloqueo naval a las costas venezolanas por parte de Alemania, Inglaterra e Italia en diciembre de 1902 ofreció a Estados Unidos la oportunidad de concretar esta política. A través de su mediación en el conflicto, Estados Unidos logró frenar las intenciones europeas de influir en la región y colocar a los países latinoamericanos y caribeños bajo su tutela. En este sentido, los intereses de Estados Unidos quedaron salvaguardados y reforzados. El imperialismo estadounidense comenzaba a erigirse ante una Europa que dejaba de ser el centro del mundo y una América Latina convulsionada por sus conflictos internos.
Estados Unidos inauguraba el siglo XX con un potencial material y una fuerza ideológica indiscutibles que lo conducirían al establecimiento del denominado Siglo Americano. Atrás quedaba aquel equilibrio de poder, en el cual Inglaterra fungía como única potencia hegemónica. Junto a Estados Unidos, otras potencias como Alemania y Japón aparecían como nuevas potencias mundiales, reconfigurando el sistema internacional del nuevo siglo.
La nueva república imperial conducida por Theodore Roosevelt desplegaría entonces una política exterior que permitiera consolidar la influencia de Estados Unidos a escala global.
En el caso de la política exterior hacia América Latina, se dio una reinterpretación de la Doctrina Monroe: el llamado Corolario Roosevelt. Así, dio inicio la escalada de intervenciones estadounidenses en el subcontinente. La justificación fue la incapacidad de los países latinoamericanos y caribeños para gobernarse a sí mismos y la falta de responsabilidad de éstos ante sus compromisos internacionales.
Si bien la Doctrina Monroe había sido promulgada desde 1823, es hasta el siglo XX cuando ésta cuenta con el sustento material para poder ser aplicada. Al contenido antieuropeo de la doctrina se añadió el derecho de intervención unilateral de Estados Unidos en los países de la región latinoamericana y caribeña para poner orden en sus vidas internas y evitar así posibles intervenciones de poderes europeos.
Para Estados Unidos, la región caribeña representaba una zona directamente vinculada con su seguridad nacional. “A través de la fementida guerra contra España, en 1898, Estados Unidos obtuvo de un golpe las soluciones estratégicas requeridas por sus necesidades de seguridad: Puerto Rico y Cuba, suyas o bajo su dominio, cerraban ahora el cerco del Caribe, convirtiéndole en un lago norteamericano, por un lado; las Filipinas, complementando a las Hawai eran las lejanas avanzadas que guardarían los accesos por el otro lado, canal de Nicaragua o de Panamá mediante”. La política exterior de Roosevelt se enfocó entonces en la defensa del canal ístmico, el cual sería un espacio vital para las comunicaciones navales y el comercio estadounidenses, considerando que Estados Unidos cuenta con costas en ambos océanos.
A pesar de que Alemania e Inglaterra consultaron a Estados Unidos la intención de bloquear las costas venezolanas para adquirir el pago de sus reclamaciones, lo cual significó un reconocimiento de la Doctrina Monroe, Estados Unidos decidió participar como mediador para garantizar que el conflicto terminara en buenos términos para sus intereses. Para Theodore Roosevelt era vital hacer el deslinde de las áreas de influencia.
Así, la reinterpretación que dio Roosevelt a la Doctrina Monroe implicaba el derecho de intervención de la potencia del Norte en el desarrollo de las naciones latinoamericanas y caribeñas en aras de proteger su seguridad nacional. Con base en la doctrina del Destino Manifiesto la misión de Estados Unidos consistía en la extensión del área de libertad sobre los pueblos “bárbaros”, con lo cual se justificaba dicha intervención.
Así, los elementos constitutivos de la política exterior estadounidense, tales como la idea del Destino Manifiesto que expresa una misión regeneradora y libertaria a escala continental, primero, y mundial, después; el principio de seguridad nacional que se concibe como un valor indiscutible y un derecho “natural y legítimo” de la nación; y el expansionismo como fórmula para resolver las contradicciones internas, se readaptaron a las exigencias de la nueva república imperial.
El corolario a la Doctrina Monroe fue una demostración de que Roosevelt no titubeó en promover agresivamente los intereses de Estados Unidos en la región. En su mensaje anual al Congreso el 6 de diciembre de 1904 señaló lo siguiente:
Todo lo que este país desea es que las otras repúblicas de este continente sean felices y prósperas; y no pueden serlo a menos que mantengan el orden dentro de sus fronteras y se comporten con una justa consideración hacia sus obligaciones con el extranjero. Debe entenderse que bajo ninguna circunstancia los Estados Unidos usarán la Doctrina Monroe como pretexto para la agresión territorial. Deseamos la paz con todo el mundo, pero quizá, más que con ninguno, con los pueblos del continente americano. Existen, por supuesto, límites a las ofensas que una nación que se respete puede soportar. Siempre es posible que las acciones ofensivas hacia esta nación o hacia los ciudadanos de esta nación, de algunos Estados incapaces de mantener el orden entre su gente, incapaces de asegurar la justicia hacia los extranjeros que la tratan bien, pudieran llevarnos a adoptar acciones para proteger nuestros derechos; pero tales acciones no se adoptarían con miras a una agresión territorial y serían adoptadas sólo con una extrema aversión y cuando se haya hecho evidente que cualquier otro recurso ha sido agotado.
http://www.rodelu.net/bardini/bardini82.html
http://lanic.utexas.edu/project/etext/llilas/ilassa/2007/gomez.pdf
Con Mr. Sanders y con Mr. Trump, en USA, el mundo se enfrenta a otro problema añadido. Nos remite a épocas de poderío US con aplicación de "palo y tente tieso".
ResponderEliminarSe invita a leer Política del Gran Garrote. Y no es broma, según la Historia.
Periodismo Historico SLU. autor de Revolución Cubana y Prensa.
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